lunes, 10 de octubre de 2016

Capitulo 2: Un día fantasmal

Otro día empezaba, igual que ayer e igual que mañana. Ya empezaba a estar harto de esto, pero ¿qué podía hacer? Solo podía aguantar, como había hecho siempre.
 Al salir del barracón Román vio algo anormal, una persona de blanca piel y aspecto macabro debajo del pequeño manzano que tanto le gustaba. Su oscura mirada estaba fijada en él, pero aun así Román no sintió miedo, sino curiosidad. No conocía a ese extraño chico.
Se escaqueo sin que nadie se diera cuenta. Según se acercaba pudo verle mejor. Era de estatura media, complexión delgada y apariencia débil, llevaba una camiseta y un pantalón negros, pelo de un color negro muy oscuro y ojos de un color azul clarísimo. Sin embargo, lo que más le llamo la atención fue el hecho de que estaba totalmente descalzo.
-Hola- dijo Román tras ponerse al lado del extraño- ¿Sabes que hay un nuevo invento llamado zapatillas? –
El chico le miró con cara de póker, sin inmutarse ni un poco.
-Me llamo Román, ¿cómo te llamas? - siguió sin importarle ni un poco que pasase de el- Nunca te he visto por aquí. ¿Eres nuevo? –
- ¿Por qué te interesa tanto mi presencia aquí? – pregunto el joven sin casi inmutarse, giro la cabeza hacia Román y tras clavarle su profunda mirada prosiguió – Aunque la pregunta más adecuada seria: ¿Cómo puedes verme? –
-Eres algo raro, ¿no? ¿Cómo no voy a verte? –
-Dado que soy un espectro, un fantasma atado a este mundo, es casi imposible que puedas verme, a no ser que…-
- ¿Espectro? Creo que me estas tomando el pelo-
- ¿Cómo casi todo el mundo en esta prisión? –
- Si, exacto- contesto Román extrañado y desconcertado, un escalofrío le recorrió el cuerpo, el tono le cambio a un serio militar y su mirada empezó a ser amenazante- ¿Quién eres y que has venido a hacer aquí? –
-Como ya te he dicho soy un espectro, un ser…-
-Eso ya lo has dicho, ¡cuéntame algo nuevo! –
-Si me dejaras continuar podría. Nikolay y me han encargado que encuentre a una persona. –
- ¿Quién te lo ha encargado? –
-Alguien-
- ¿A quién te han pedido encontrar? –
- A alguien muy específico, y creo que lo he encontrado –
- ¿Ah sí? – una sensación extraña le rondaba cada vez más fuerte al cada vez más asustado y desconcertado Román- ¿Vas a contarme algo concreto o no? Porque si no lo haces me voy a desayunar-
-Como veas, pero llegado el momento te darás cuenta de lo que está pasando-
Román se alejó de allí sin saber muy bien lo que había pasado. Tenía una mezcla de sensaciones tan grandes que le abrumaban; estaba aterrado, desconcertado, cabreado, confuso… Solo quería ir a un sitio seguro y calmarse.
Su padre estaba algo liado, con llamadas y mucho papeleo.
- ¿Malo me dices? -
-Si papá, no tengo muy buen cuerpo hoy. Quisiera tomarme un permiso hoy. –
- Jamás te has puesto malo, algún día tenía que pasar, hijo. Ve a la enfermería y después descansa. A ver si mañana te encuentras mejor. –
Al Director le resultaba raro. Sabía que a su hijo no le gustaba este sitio y que no estaba realmente enfermo. Algo le había pasado, algo había cambiado bruscamente y no sabía el que. Sin embargo, se le ocurrió quien podría enterarse, alguien en quien su hijo confiaría de inmediato, y donde encontraría a su hijo en cualquier momento, el único lugar de esta escuela que le gusta estar.
- “Espectro: proyección fantasmal que hace tareas en bucle en un lugar determinado”-leyó en un libro, sin embargo en otro ponía-“Espíritu fantasmal, condenado a realizar una acción o la protección de un alma errante. Para que esto ocurra debió realizar actos contra la vida o actos de brujería malintencionados. Son seres de gran poder, capaces de poseer y tergiversar la mente, utilizar poderes antiguos y magias olvidadas y capaces de huir de cualquier situación.”
-Curioso, ¿a qué sí? - dijo el espectro – Pero la verdad es que no es del todo correcto lo que ahí se dice-
-Entonces ¿Qué eres? Cuéntame todo sobre ti y los espectros. –
Nikolay estaba sentado encima de una de las mesas, sonriendo.
-Los espectros somos almas anclados al mundo de los vivos por diversos motivos. Tenemos que obedecer las órdenes de aquellos que perjudicamos o a diferentes seres. En mi caso es complejo, además de que tengo ordenes muy concretas. Cuando estaba en vida digamos que me dedique a jugar con lo que no debía. Me hice experto en brujería negra y digamos que intentando proteger a alguien querido acabe aquí. –
- ¿Por proteger a alguien querido acabaste siendo un espectro? –
-Sí, perjudique a un alma inocente. Un daño colateral que me atormentara por toda la eternidad. –
- ¿Y por qué estás en este sitio? O sea, en la escuela-
-Me encargaron encontrar, proteger y guiar a alguien hacia un sitio secreto-
- ¿A quién? –
-Creo que a ti. Alguien me describió tu aura y coincide con la tuya, por eso cuando te vi esta mañana no supe que eras tú. –
- ¿Mi aura? -
-Campo espiritual único en cada ser vivo. Si vienes conmigo te enseñaría a verlo. –
-No sé, … Esto me parece algo surrealista-
- Piénsatelo, mucha gente se ha tomado las molestias de que estés a salvo. Gente como tu padre, tu madre…-
- ¿Mi madre?- interrumpió Román
Nikolay sonrió y se quedó en silencio durante unos segundos. Galio entró en la biblioteca intentando no hacer ruido, pero no lo consiguió.
-Hoy no te he visto en clase, supuse que estabas aquí- dijo el profesor con un tono amigable- ¿Qué te pasa? –
-Nada, que no me encuentro bien-
-Él no me puede ver ni oír-dijo Nikolay- Solo tu-
-Pues para estar enfermo tienes unos temas de lectura un poco… excéntricos- prosiguió el profesor mirando tan extraños libros
-Es que cuando me encuentro mal suelo leer libros extraños, para despejarme- Román apartó la mirada de su profesor y fijarla en los libros- Mañana volveré, siento habérmela perdido la clase. Me pondré al día cuando me encuentre mejor-
-Esto no es propio de ti, ¿seguro que estas bien? -
-Sí, seguro. Te ha mandado mi padre, ¿verdad? -
- Tenia las mismas dudas y preocupaciones que yo, ni siquiera has desayunado. –
- Lo suponía. Pues lo único que me pasa es que estoy algo enfermo. Solo necesito un poco de descanso. –
- ¿Estás seguro? –
- Si, seguro. Descanso y algo de soledad. –
El profesor le dio una palmadita en el hombro y se fue de la biblioteca cabizbajo.
-Parece… Simpático- dijo Nikolay
-Es el mejor profesor de esta escuela, y seguramente una de las mejores personas. – dijo susurrando Román- Y cambiando de tema, ¿Por qué solo puedo oírte y verte yo? –
- Puedo elegir quien me ve y quien no, ventajas de estar muerto. – respondió con sonrisa irónica- Aunque me estoy acostumbrando. –
-Vale, ahora otra cosa importante. – el tono de Román se volvió muy serio y se giró hacia el espectro- Antes mencionaste a mi madre. ¿Qué sabes de ella? –
-Básicamente es a quien rindo cuentas, quien me encargo la misión de encontrar a un chico, un chico que me he dado cuenta de que eres tú. –
- ¿Dónde está? –
-Llegado el momento lo sabrás. Por ahora, si me dejas te contare lo que debes saber. –
- Esta bien, cuenta, pero no te vayas por las nubes, lo odio. –
- Desde los inicios de la humanidad ha habido una elite de gente, gente peculiar, que se ha dedicado a proteger al ser humano de sí mismo, a hacer que en el mundo reine la paz. Durante milenios lo consiguieron; hasta que por envidia de hombres, malvados y codiciosos de los poderes que poseían esa elite, los persiguieron y casi hasta extinguirlos. – Nikolay hizo una pausa e hizo una mueca
- ¿Casi? –
- Solo unas pocas familias de esas elites sobrevivieron, escondiéndose en un inhóspito lugar. Un lugar que se dice que solo pueden llegar los puros de corazón que ya han estado allí. –
-En ese sitio, ¿está mi madre? -
-Sí, y supongo que querrás saber cómo es-
- Cuenta-
- Muy guapa, fuerte, y con una determinación de hierro. También, por lo que he oído te hecha tanto de menos…-
- ¿Y por qué se fue? –
- Y yo que sé, yo solo soy un mandado-
- ¿Qué sacas tú con esto? –
- Me prometieron un cuerpo o el descanso eterno-
- Pues creo que vamos a tener un escollo si decido ir contigo-
- ¿Cuál? – el fantasma no se esperaba eso
-Si a ese sitio solo pueden llegar aquellos que ya han estado y ni tú ni yo hemos estado… ¿Cómo vamos a llegar? –
- Me parece una pregunta estupenda. Se aproximadamente dónde está. Tampoco nos costara mucho buscar. Además de que tu madre me dio indicaciones para llegar, aunque eran algo… Vagas –
- ¿Dónde está? Aproximadamente –
El fantasma cogió un libro de geografía, lo abrió por un mapa del continente asiático y señalo el lugar aproximado.
-Estupendo, pero ¡¿Cómo te crees que voy a llegar al Tíbet?!-
-Ahí entro yo. ¿Recuerdas que en vida se me daba bien la magia negra? Pues ahora también. Cuando estés listo te llevare a la zona aproximada. –
-Esta noche lo haremos. Cojo suministros, ropa y me despido de mi padre. -
-Se nota que llevas mucho tiempo entre militares. Agradecería que no le contases mucho de donde vamos a tu padre. –
-Tranquilo, solo pensaba ponerle una nota en el despacho. Para cuando la lea, si lo que dices es cierto, estaremos muy lejos. –
- Lo que puedo hacer es dejarla yo en su despacho. Total, nadie me puede ver si yo no quiero. –
Román cerro todos los libros y los dejo donde estaban antes de cogerlos. Tras dejarlos todos empezó a buscar libros relacionados con el Tíbet, tanto geográficos como de historia, pasando por libros de viaje. Mientras Román los leía y se empapaba de lo que en ellos decía, Nikolay le contaba todo lo que el sabía de esa zona, que mucho no era.
Llegado la hora de coman Román seguía enfrascado en aprender todo lo que podía de esa zona y ante sus propios ojos Nikolay desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Instantes después apareció con un plato de comida del comedor y se lo dejo al lado de su nuevo amigo.
-¿Cómo lo has hecho?- Pregunto Román desconcertado
- Tengo mis trucos, ya te lo he dicho. –
- Gracias ¿Tu no comes? –
- No me hace falta, ya estoy muerto. – dijo mientras Román empezaba a comer- ¿desde cuándo estas en esta especie de escuela prisión? -
-Desde que mi madre se fue, mi padre es el dueño y el director. Quiere tenerme cerca y protegerme, supongo. –
- Interesante. Creo que a tu madre no le gustaría. Cuando la conozcas lo sabrás. –
 Román sonrió ligeramente y tras acabar de comer siguió leyendo. A la hora de cenar Nikolay se llevó el plato de la comida y trajo la cena.
-Si quieres que salgamos hoy deberías descansar algo después de cenar. Al menos un par de horas. –
-Creo que va a ser la mejor opción. Termino de cenar y me voy al barracón a dormir. –
Tras cenar y dejar todos los libros perfectamente ordenados Román se fue directo al barracón a dormir un rato, seguido muy de cerca por Nikolay.
Al llegar, sus compañeros ya estaban allí preparados para alguna broma pesada.
-Mirar a quien tenemos aquí- dijo uno por el fondo- el desaparecido-
Las miradas se posaron en él.
-Por tu culpa hoy el Teniente nos ha machacado aún mas- soltó otro con tono enfadado- Crep que deberíamos ser recompensados. –
- Pues yo no lo creo. – respondió Román con tono frio y seco
Uno se lanzó a por Román, a darle un puñetazo, pero salió por los aires antes de ni siquiera rozarle. Otro lo intento también, pero con el mismo resultado.
Nadie sabía que era lo que estaba pasando, ni siquiera Román.
-Curioso lo que está pasando, ¿no crees? – dijo Nikolay – Creo que ahora me toca a mí.-
Todos excepto Román salieron disparados hacia el techo y después cayeron al suelo de golpe. Nikolay chasco los dedos y todos fueron lanzados por la puerta del barracón y se detuvo el tiempo para Román y Nikolay.
-Creo que deberías hacer todo lo que debieras e irnos, ya descansaremos en otro momento. - dijo Nikolay con tono serio
- Opino lo mismo- saco rápidamente un macuto y empezó a meter todas sus posesiones en el.- ¿Cómo lo has hecho? Y sobre todo ¿Cuánto dura el efecto?-
- Viejo hechizo de brujería negra, algún dia puede que te lo enseñe. Puedo mantenerlo un par de horas.-
-Suficiente- Román saco una hoja de papel y escribió una nota en silencio que no le llevo más de 10 minutos – Ponlo en la mesa del despacho de mi padre, en un lugar que lo vea bien. Nos reuniremos en 30 minutos en la cocina. –
- Solo funciona mi hechizo en esta zona, pero creo que llegará a la cocina. Nos vemos allí. Eso sí, no toques a nadie, podría disiparse el efecto para esa persona.-
Román salió disparado con dirección a la cocina y Nikolay desapareció en un instante.
Al llegar a la cocina cogió una pequeña mochila y la llenó de latas de comida y utensilios de cocina. Calculaba que con esos suministros podría aguantar un mes, pero decidió ir también a la habitación de su padre, donde podría encontrar su pasaporte y algo de dinero.
Su padre estaba tumbado en una cama normalita, de tamaño familiar, leyendo un libro de novela negra. Su habitación era no muy lujosa con una estantería con libros de física y una enciclopedia enorme. En el gran escritorio que tenía, orientado hacia la ventana, había una cantidad excesiva de papeles acumulados. Román abrió uno de los cajones y saco de un doble fondo algo de dinero y su pasaporte. Miro de nuevo el dinero y dedujo que esos papeles en el Tíbet no tendrían gran valor, por no decir ninguno. Así que los dejo donde estaban, cogió un colgante que permaneció a su madre y se fue corriendo tras derramar una lagrima al ver por última vez a su padre.
Al llegar al punto de encuentro, Nikolay le estaba esperando con su porte algo macabro. Este se sorprendió de lo que Román llevaba encima. Comida y bebida como para alimentar a un regimiento, además de ropa y utensilios de todo tipo.
- ¿Estás listo? –
- Sí. ¿Dejaste eso donde te dije? –
- En el centro del escritorio, la verá. Ahora voy a hacer un pequeño hechizo que nos llevará a una zona que creo que es segura. Ahí descansaremos un poco y mañana al amanecer partiremos. – Nikolay agarro del hombro a su amigo- Puede que te sientas algo mareado, confuso o ambas cosas. Procura no vomitar. –
Antes de que Román dijera nada un brillante y multicolor haz le cegó. Todo a su alrededor se movía descontroladamente y un horrendo sonido le taladraba la cabeza. Solo podía gritar, pero sus palabras eran atenuadas por tal terrible sonido. Por suerte acabó pronto.

lunes, 3 de octubre de 2016

Capitulo 1. Otro día normal

“Tengo frio” pensaba. Una escalofriante sensación recorría todo su cuerpo, un frio que le llegaba hasta los huesos. Se levantó  de su cama sin hacer casi ningún esfuerzo. Avanzó por el pasillo lentamente, mientras se repetía “tengo frio”. Bajó las escaleras las escaleras con paso tembloroso y agarrando con todas sus fuerzas el pasamanos. “Tengo frio, buenos días” dijo en voz alta a su familia, que estaba reunida en la mesa central del salón desayunando. Nadie respondió. Se dirigió a la cocina, sin casi fuerzas en su cuerpo, para prepararse su taza de leche caliente  matutino. Sin embargo, era incapaz de servirse el café.  “Tengo frio” se volvió a decir a si mismo poco antes de oír un grito descorazonador. Provenía de la planta superior, algo había. Toda su familia salió corriendo hacia la habitación de dónde provenía el grito, mientras él avanzaba sin pena ni gloria. Al llegar se encontró con una estampa desoladora. Su hermana pequeña estaba agarrada a algo oscuro y rígido que él no podía ver, sus padres en la cabecera de la cabecera con la mayor cara de pesar que les ha visto. “Tengo frio” dijo mientras reconoció aquello que estaba tumbado en el suelo. Una paz le rondo en su interior mientras dio media vuelta y se fue. El mundo ahora le parecería diferente. “Tengo frio”
            Día tras la misma rutina, pensó irritado al levantarse de golpe. El grito enérgico del instructor despertó a todo el barracón de un golpe. El barracón era extremadamente simple, una fila de literas a cada lado. Entre cada litera un armario doble metálico, de color verde botella, y de un metro y medio de altura, de poco más de treinta centímetros de profundidad, donde en cada parte cada recluta podía meter sus pocos enseres que tenía.
El instructor tenía el típico aspecto militar: espaldas anchas, pelo corto, uniforme perfectamente puesto y planchado, cara fruncida y postura estándar. Ese instructor, llamado Teniente Guzmán, era conocido por su gran mal genio, sus gritos y su afán de hacer la vida de los reclutas insufrible.
-¡El sol saldrá en diez minutos y no quiero que se sienta solo!- gritó a pleno pulmón- Todo el mundo preparado y en formación en la puerta en cinco minutos.-
Se levantó de un bote, asió su uniforme y empezó a ponérselo. Cuando iba por la parte de arriba, el inmaduro de la litera de al lado le quito la chaqueta y empezó a pasarla entre sus amigos al grito de “¡venga, recluta Román! Eres demasiado patoso”. Román era demasiado delgado, pequeño y sin fuerzas; no podía hacer frente a sus compañeros. El compañero que le había quitado la chaqueta era el prototipo de adolescente que a volvía a las chicas locas: alto, rubio, atlético, ojos claros con una mirada encantadora y, para gran amargura de Román, era el jefe de su escuadrón. Al rato le tiraron la chaqueta en al suelo y todo el mundo salió apresuradamente fuera del barracón, menos Román. Se puso la chaqueta apresuradamente y se presentó en la salida del barracón lo más rápido que pudo. El barracón estaba en medio de una explanada totalmente asfaltada, donde al fondo, hacia el norte, se podida ver un gran edificio de ladrillo de estilo Art Nouveau. Era el edificio central del internado militar. Rodeando la explanada, al este, había un campo de pruebas e instalaciones deportivas. En ellas se podía hacer desde tiro con pistola, hasta futbol y escalada. Esto a Román no le interesaba nada en absoluto, él prefería la inmensa biblioteca que poseía el edificio central. En ella pasaba su tiempo libre deleitándose con todos sus libros, desde manuales técnicos hasta libros de tácticas militares. Pero los que más le atraían eran las novelas, dando igual el género. Detrás del complejo deportivo circulaba un pequeño rio.
Al sur se encontraban todos los barracones, incluido el de Román, hechos de metal y de aspecto bastante desagradables. Eran de diferentes tonos verdosos, un amago de camuflaje que con los años se había difuminado y degradándose hasta quedarse en un conjunto de tonalidades verdosas deformes y sin sentido.
Al oeste un bosque donde se hacían desde pruebas de supervivencia hasta maniobras y juegos militares. Estaba compuesto en su mayoría por robles y encinas de gran tamaño, pero también había abedules y sauces.
Al ver el instructor el aspecto desaliñado de su recluta, unido a su tardanza, decidió darle una pequeña reprimenda.
-Recluta Román, por sorteo le ha tocado un premio de ¡20 flexiones!- según decía la frase su expresión facial pasaba de ser de muy malhumorado a hostilidad total.-El resto por compañerismo se pasara toda la mañana corriendo mientras vuestro compañero Román disfrutará de una mañana libre después de que haga sus apacibles flexiones.-
-¡Como se nota que es el ojito derecho del director!-dijo uno de sus ahora hostiles compañeros
Tras hacer a duras penas las flexiones, se dio cuenta de a lo que refería su compañero. Se levantó y vio a su instructor que se dirigía hacia él mientras sus compañeros corrían en formación de a tres. Le dio el permiso de mañana libre y le ordeno que primero fuese a ver al director antes de desayunar.
Se dirigió a paso lento y tranquilo hacia el edificio central. Al acercarse vio en el gran portón el emblema de la escuela: un escudo al escudo nórdico, con los bordes bellamente labrados con un estilo floral, y una encina labrada en el centro.
Tras la inmensa puerta se hallaba un gran vestíbulo con suelo de granito pulido con iluminación natural. En las paredes, de color rojo claro, finos retratos de antiguos directores de esta escuela colgaban, todos con un gran tono y seriedad militar. Al final de la sala había una serie de puertas que daban a un entramado de pasillos y aulas. Después también había una gran y elegante escalera estilo clásica.
Subió por la escalera que daba a un gran pasillo, de suelo de mármol, bien iluminado con antiguos candiles actualizados a la época actual, con bombillas de luz blanca. Según avanzaba por el pasillo observaba los bustos de los que antaño fueron directores o alumnos que ahora se han convertido en personas de influencia.
Al final del gran pasillo había dos bifurcaciones, tomando la de la derecha paso por delante de la sala principal de reprografía, donde editaban e imprimían los libros que necesitaban los internados en la escuela. Tenían dos grandes impresoras a los lados de una gran sala cuadrada, con un ventilador de techo central que siempre estaba funcionando y una ventana al fondo permanentemente abierta, por el enorme olor a tinta. Montañas y montañas de libros se acumulaban, apilados en columnas en el suelo, mientras que el encargado, con el ordenador y una carretilla imprimía y entregaba lo que le pedían. Por suerte, se decidió habilitar otras dos salas de impresión para que se pudiera dar a vasto, pero sin contratar a más personal con lo que fue un esfuerzo inútil.
La siguiente sala era un almacén de documentos, pero poco más sabía, pues se tenía prohibido el acceso a la sala a cualquiera menos al director. Tenía una puerta de metal de color grisáceo, de aspecto bastante pesada y con una cerradura de combinación y otra de llave, de un contorno bastante raro.
Siguió andando hasta llegar a un despacho que ponía en un pequeño cartel “Director. Llame antes de entrar”. Golpeo dos veces la puerta de madera oscura y giro el picaporte metálico. Un hombre de gran tamaño, pelo algo canoso pero aun algo oscuro, de gran presencia, con cara circunspecta, ojos verdes, bigote modesto, manos anchas, traje color azul oscuro y corbata negra estaba sentado en la mesa, rellenando unos papeles. Román se quedó de pie a la espera de una orden.
-Siéntate-dijo el director con una voz potente y grabe, y mientras Román se sentaba en la silla que se encontraba en frente de él, el Director continuo- He visto desde la ventana que te has vuelto a meter en problemas. ¿Qué es lo que ha pasado esta vez?-
-Me quede dormido, señor- contesto con rapidez
-Nunca te has quedado dormido, no sabes mentir.- dijo con un tono algo paternal, pero extremadamente serio- Asimismo, odio que me llames señor.-
-¿Y cómo quiere que lo llame? Señor Director- dijo con un tono algo hiriente
-Papá estaría bien-
-Pues entonces no haberme metido desde pequeño en esta prisión militar_
-¡Es la mejor opción!-levanto rápidamente la vista hacia su hijo- No te puedo perder a ti también-
-Odio este sitio. Quiero salir de aquí, ver mundo, vivir aventuras, y no estar encerrado, bajo dictadura militar-
-Hijo mío, cuando llegue el momento un mundo se abrirá ante ti. Un cosmos repleto de andanzas épicas y vivencias únicas, pero por ahora aguanta aquí un tiempo más.- su tono se relajó muchísimo, y al ver los ojos de su hijo le recordó a su mujer
Román nunca había sabido mucho sobre su mujer, solo que desapareció cuando él tenía apenas dos años. Nunca se volvió a saber nada acerca de ella.
-Debes de estar hambriento- dijo a su hijo, con tono cálido- ¿Por qué no bajamos los dos a desayunar por una vez? Como padre e hijo. En el comedor de profesores sirven mejor desayuno-
- Ya se meten demasiado conmigo, creo que iré yo solo a desayunar al comedor de alumnos- el Director observo algo de pena en las palabras de su hijo- Hoy creo que vuelven a servir cereales insípidos con leche en polvo, como siempre-
Román se despidió de la misma manera que hacia siempre, inclinando la cabeza y ligeramente el torso, con las palmas de las manos juntas. Había adoptado esa forma de diferentes escritos que, según decían, así era la forma con la que se despedían en muchas religiones pacifistas. Su espíritu rebelde e inconformista, pacifista a la vez de su hijo le recordaba a su mujer, desaparecida desde hace años. Un día se levantaron padre e hijo y no estaba.
Román salió de la habitación con una sensación de soledad, sabiendo que este no era su sitio, debía haber algún sitio mejor para él, un lugar donde vivir aventuras y donde pudiese mostrar su verdadera valía. Avanzo por las entrañas de tan elegante edificio hasta llegar a una salida lateral. En frente de él otro edificio de posterior construcción al que estaba a su espalda. De cuadrada estructura, color gris militar y de techo bajo. Poseía salida de humos a nivel industrial y hedía a aceite el ambiente a su alrededor, las veinticuatro horas del día. Ni una planta crecía en el suelo y los cristales tenían una capa de una grasa asquerosa.
Al entrar, se encontró de frente con la cola que llevaba a los módulos metálicos donde te servían la comida. Varios vigilantes supervisaban que todo estuviera en orden, que tú estuvieses en la posición militarmente correcta. A Román tal estricto protocolo, una invención de una pequeña parte del ser humano, le parecía un vil sacrilegio a la forma más pura del ser humano. Aun así, se colocó el último en la fila, con la posición de espera que desde pequeño le habían enseñado. Al avanzar la cola cogió una de las bandejas de aluminio con huecos para la comida, empezando a trasladarse por delante de los módulos. Cuando llego la hora de que le sirviesen la comida Román observo a la cocinera que lo estaba haciendo; alta, grande, tan grande que parecía que se comía todo lo que cocinaba, pelo ya de color blanco como la nieve, su cara parecía haber sido erosionada por arenas de mil desiertos diferentes, mirada perdida en el horizonte por la tediosa rutina de su trabajo, bata y uniforme que se intuían blancos, pero con más manchas que la cara de un payaso. La cocinera devolvió la mirada al escuálido recluta mientras le serbia un par de tazones de los famosos cereales ricos en nutrientes y escasos de sabor por los que, entre otras cosas, esa dichosa escuela era famosa.
Tras servirse lo que intuía que era un zumo, coger un trozo de pan y un poco de leche para los cereales, fue a buscar sitio donde sentarse y desayunar. El resto del comedor era amplio, muy amplio, con ventanas grandes, paredes blancas, suelo a cuadros alternando negro, gris y marrón, pero destacando las mesas metálicas donde se comía. Eran de banco corrido y todo el conjunto estaba atornillado al suelo, siendo incomodísimo comer allí.
Mientras recorría el comedor buscando un sitio donde comer, Román notaba la mirada de sus compañeros que allí comían. Todos sabían que era el ojito derecho del señor director y muchos le odiaban por ello. Lo siguiente que noto fue como algo se interpuso en el avance de sus pies, era una zancadilla de alguno de sus compañeros allí presentes. Cayó cual árbol recién talado, desparramando todo su desayuno en el suelo y cayendo después sobre él. Las carcajadas de los allí presentes no se hizo esperar, la humillación fue máxima y la autoestima de Román decayó casi por completo. Ni un alma, a excepción de su padre, le apreciaba en aquel lugar. Recogió el poco desayuno que pudo recuperar y se sentó en silencio en la mesa más alejada de todo, en una de las esquinas traseras del comedor. Terminado el desayuno, salió corriendo de ese infierno de primitivas burlas en dirección a una de sus clases de la mañana, no sin antes asearse ligeramente.
Entro en la clase. Ese día y a esa hora le tocaba física, su clase favorita después de las matemáticas. El profesor era un señor mayor, pelo negro canoso, algo grasiento revuelto y bastante largo. Va  a todos lados con postura encorvada y con cara dulce detrás de sus arrugas y su nariz poco agraciada. Su empeño y gusto por dar la asignatura se veía siempre poco o nada recompensado por la actitud de la inmensa mayoría de los alumnos, que pasaban totalmente de esa asignatura. Román corrigió automáticamente su postura cuando entró en la clase el profesor.
-Buenos días, profesor Galio. - dijo Román al profesor mientras el resto de alumnos hablaban entre ellos sin prestar atención alguna al profesor.
-Querido alumno Román, hoy te enseñaré algo muy útil, como controlar a una multitud que no está dispuesta a escucharte-
La cara del joven se volvió de incredulidad.
-Solo tienes que encontrar las palabras adecuadas- continuo el profesor, y bajando muchísimo el tono de su voz prosiguió- Examen sorpresa-
Toda la clase de inmediato se calló y empezó a prestar atención al ya mayor profesor.
-Como te dije, querido alumno Román, pocas palabras bastan para controlar a una multitud sumido en la idiotez producidas por las hormonas típicas de su edad- dijo mientras ambos sonreían entre el desconcierto de la gran mayoría de la clase- Y ahora que me están prestando atención, comencemos la clase. –
Tras acabar la clase que tanto le encantaba a Román, este se fue directo con sus compañeros al patio central donde tendrían un ligero descanso antes de la siguiente clase. Se sentó en la sombra de un pequeño manzano donde se dedicó a pensar que haría si pudiera escapar de esa prisión, a soñar que aventuras le gustaría vivir si pudiera correr más allá de los muros de lo que su padre llamaba hogar
Tras la siguiente clase fuero de nuevo al patio donde otra vez al patio, pero esta vez no para descansar, tocaba instrucción antes de la comida. La cara de Román lo decía todo, odiaba hacer esas cosas porque si, por el mero hecho de hacerlas. Se veía como un anarquista de su escuela, un revolucionario pensador encerrado en un sistema que le hacía correr para tenerle cansado y dócil.
Tras comer unas gachas insípidas y algo que parecía carne con verduras descansó un rato escaqueándose de una “carrerita”, como lo llamaba su instructor. Como lo aborrecía. Para su desagrado, la siguiente clase no se la pudo saltar, llamada Historia de la Guerra. Esa asignatura ensalzaba las batallas como el mayor triunfo del hombre, cuando Román lo veía como el mayor de los fracasos.
Tras otra tarde absurda con clases excesivamente incoherentes, su grupo se fue a las duchas, donde las vejaciones hacia Román continuaron como siempre.

Se fue directo al barracón a dormir. Hoy no le apetece más que dormir, evadirse a su mundo perfecto donde el era feliz y nadie podría alterar eso.